La obra de arte sólo tiene valor cuando tiembla de reflejos del futuro
André Breton
Estoy buscando una persona que comprenda mi lenguaje y lo hable.
Una persona que, sin ser una paria, cuestione no sólo los derechos y el valor de los marginados, sino también de las personas que dicen ser normales.
Laurence Alia
Laurence Anyways, el tercer film como director del joven canadiense Xavier Dolán –tan sólo tiene 23 años- se presenta, entre otras cosas, como un reclamo de libertad para una sociedad profundamente limitada.
El protagonista, Laurence, es un luchador solitario que decide emprender por y para sí mismo una de las principales revoluciones pendientes: la que hace estallar por los aires los cimientos del sistema sexo/género por el cual a cada sexo biológico se le asigna un carácter, un rol, una forma de moverse y unos modos de pensar o sentir.
Esa asignación, que se presenta como naturalizada prácticamente en todas las sociedades y culturas a lo largo de la historia desde el origen del mundo, se vio reforzada después del surgimiento de los Estados por todas las entidades que el filósofo marxista Louis Althusser denominó Aparatos Ideológicos del Estado –familia, religión, escuela, ley, política, medios de comunicación y cultura– y sólo a partir del siglo XX comenzó a ser fuertemente cuestionada desde el seno de los diversos movimientos feministas.
Por el desafío que presenta, Laurence pasará muy probablemente a la historia del cine como uno de los primeros personajes de ficción que desobedeció el imperativo de vivir como hombre, por el hecho de haber nacido con pene, en un contexto no “marginal”.
Y es que aunque no es, desde luego, la primera película que retrata a transexuales –Almodóvar tiene a sus espaldas una larga filmografía repleta de homosexuales, travestis y transgénero–, sí es, sin embargo, la primera obra de relativo alcance en la que un transexual femenino (MtF, Male to Female, de varón a hembra) irrumpe en un contexto considerado socialmente “normal”: una escuela canadiense.
Y no sólo eso, trata de mantener su historia de amor con su chica, Fred, quién, al enterarse, a pesar de su aparente mente abierta, cree erróneamente que ser transexual es equivalente a ser homosexual –confundiendo identidad con orientación sexual- y que Laurence le ha engañado.
Más adelante cambia de opinión y decide que hagan la conversión de Laurence juntos, haciendo vibrar al espectador hasta el final con la emoción y la tensión que genera poner a prueba al amor para ver si es tan incondicional como suele proclamar.
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Todos los derechos reservados
Pero no es mi intención spoilear la historia. Por eso quiero concluir con esa idea con la que buena parte de la población occidental gusta llenarse la boca: Libertad.
Se supone que en el mundo actual occidental y “democrático” hay libertad para todo: para ir a cualquier lugar, para decir cualquier cosa, para comprar lo que sea.
Sin embargo, el mundo de las apariencias aún permanece encadenado, no es un lugar para Laurences, no está preparado para que le descoloquen sus esquemas, para mirar de frente a la esencia de una persona y hacerlo con respeto aunque su exterior (como reflejo de su interior) no encaje con lo que se esperaría de acuerdo al aspecto con el que vino al mundo.
La sociedad –salvo excepciones, por supuesto, (¿qué haríamos sin ellas?)- es, además de limitada, irrespetuosa. Por eso, Laurence –que siempre va a ser Laurence, anyways– al vestirse de mujer y ejecutar semejante transgresión -algo que a una utópica mente en blanco podría parecerle incluso nimio (¿acaso no estamos hablando sólo de ropa, de elegir una falda en lugar de un pantalón, por poner un ejemplo?)- tendrá que enfrentarse a numerosas faltas a su respeto.
Y la historia transcurre en Canadá, lugar a la vanguardia de los movimientos LGTB (Lesbianas, Gais, Transgénero y Bisexuales). Es cierto que está ubicada temporalmente a principio de los noventa, pero no quiero imaginar lo que supondría para los Laurences del mundo dar ese mismo paso en otros lugares.
Aún nos queda demasiado para autodenominarnos “avanzados”. Lamentablemente, como escribió el cartonista El Roto, “las vallas mentales, ¡ésas si que son difíciles de saltar!”.
Pero Laurence lo hace y con su acción, con su revolución –que no revuelta- nos invita a ser valientes. Y eso, unido a la fotografía, la estética y la materialización visual de ciertas metáforas, hacen de la película una obra que no dejará indiferente a nadie y que contribuirá al tambaleo de los cimientos tan asfixiantes sobre los que se sustenta el género.
Laurence Anyways deja, además, varias escenas para retener en la retina. Entre ellas, me quedo con la escena en la que llueve ropa del cielo mientras Fred y Laurence caminan al ritmo de Moderat en la Isla de Negros. Un breve fragmento de tiempo capaz de remover las ansias de libertad del espectador.
Sin embargo, Laurence también nos muestra cómo la sociedad es capaz de frenar y de complicar algo que podría ser hermoso: la transexualidad aún se considera un trastorno mental y es fácil que a una persona “especial” (es lo que dice Laurence en la película que más ha oído de él después de su transformación) le hagan la vida imposible por ello.
Ojalá Laurence logre que unos cuantos se decidan a saltar sus vallas mentales y cada vez más gente vaya comprendiendo su lenguaje.
Sandra de Miguel
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