Soy gustozo de haber conocido la obra literaria de Don Gabriel García Márquez a temprana edad, ya que llegué a él a través de sus cuentos, de pequeño escuché una canción colombiana que llamaría mucho mi atención, por su ritmo alegre y bullanguero pero más por su letra, que resumía, según me contaron, una de las novelas más importantes de las letras latinoamericanas, la cosa es que en mi barrio se escuchaba esa música sin mayores ambages y me propuse alguna vez conocer la mentada obra. El primero de los cuentos que leí en mi temprana juventud fue “La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada” es más, me la regaló un maestro y excuso decir que la leí con fruición porque fue una especie de premio por mi ñoñez.
Me gustó mucho y de ahí seguí leyendo todos los libros que me encontraba de él, de pronto me di cuenta clara de por que me gustaba tanto, y es que no solo era la lectura lo que me atraía, sino todas las imágenes que iba reconociendo a través de los olores, los colores, los deliciosos sonidos que describía el buen Gabo y que tomaban el tiempo a su placer apresurándolo o ralentándolo de modo que se pudiera disfrutar la escena descrita, luego supe que a eso le llamaban realismo mágico.
Cuando leí “Los Funerales de la Mamá Grande” creo que encontré la mayor apología que pude conocer a la memoria de mi abuela, uno de mis héroes más estimados de la infancia, ya que con ella aprendí a leer desde pequeño y me acercó a la lectura a través de la vida de los santos, que era lo que ella conocía, amén de que mucha gente la visitaba por sus consejos y no pocos la cuidaron y siguieron hasta sus últimos días, así que la consideraba un personaje digno de reconocer como aquella famosa señora a quien hasta el Papa vino a despedir en su último viaje, sin importarle la pertinaz lluvia del trópico.
Cuando finalmente llegó a mis manos “Cien años de Soledad” creo que fue en el momento preciso, como sucede con las cosas que valen la pena, Lo leí con plena conciencia y disfrutándolo parte a parte, recuerdo haber releído con gran disfrute algunos de sus pasajes, como cuando Remedios la bella desaparece envuelta en las sábanas o cuando llega Mauricio Babilonia precedido de las mariposas amarillas, y recuerdo mucho haber llorado por días la muerte de Don Aureliano Buendía bajo el castaño centenario, llegando a aquel episodio con gran dolor.
Hubo muchas lecturas más y momentos memorables de ellas, pero sobre todo recuerdo “El amor en los tiempos del Cólera” que me mostró una manera de vivir el amor que no imaginaba y me daba esperanza para el futuro cada vez más cercano. Descanse en paz el Maestro, si la muerte no llega sino con el olvido no lo dejemos morir pues.
P.D. Como un dato curioso habré de mencionar que Don Gabriel ha muerto un Jueves Santo, igual que Doña Úrsula Iguarán, aunque ella “la última vez que le habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años” y él apenas llego a los 87.