Por Israel Contreras Piña
Es la era dorada de Marvel Studios: sus filmes recaudan millones en taquilla, los protagonizan los actores y actrices del momento (o se vuelven del momento en cuanto aparecen en ellos), mantienen satisfecha a su base de fans (lo que ya es mucho decir), y aún les alcanza para atraer nuevos seguidores. Cuando vas al cine a ver una película de superhéroes de Marvel ya tienes una idea de lo que encontrarás: una historia sencilla con mucha acción y buenos efectos especiales; sabes que no es algo que vaya a cambiarte la vida, como sabes también que vas a salir de allí con un buen sabor de boca. Sin duda, esos tipos te tienen el modo. Pero justo cuando empiezas a creer que ya no pueden sorprenderte más, aparece Deadpool.
Esta no es una película de superhéroes, al menos no en el sentido estricto. Queda claro desde el inicio, donde los realizadores se dieron gusto repartiendo los créditos; es una advertencia: pestañea y te lo pierdes, porque pasamos directo a la acción. ¿La historia? Luego habrá tiempo de eso, primero una dosis de violencia por encima del parámetro, suavizada con la bocota de un protagonista que no le tiene miedo al ridículo. Vamos a un ritmo vertiginoso, pero eventualmente habrá que detenerse a ver el trasfondo de los hechos, y es justamente allí donde radica el peligro, porque el móvil de un héroe suele ser cosa seria; afortunadamente, Deadpool no es un héroe y nada es serio para Wade Wilson. Sólo pareciera que el ritmo ha bajado, aun así, nos toma algo de tiempo darnos cuenta de lo que estamos presenciando, y entender el riesgo que tomó la producción con esta entrega. Nada de eso importa, ni siquiera piensas en el final, nada más te concentras en la siguiente puntada, al grado que ni te enteras cuando aceleró rumbo al final.
La película trata sobre Wade Wilson, un ex agente de las fuerzas especiales que, al ser diagnosticado con cáncer terminal, se somete a un experimento que promete convertirlo en un superhéroe, lo que no solamente cura su enfermedad, sino que lo cura de prácticamente todo, pero en el proceso queda desfigurado horriblemente. Así que cubre su fealdad con una máscara y adopta el nombre de DeadPool, para ir tras el único hombre que puede arreglarle el rostro, y con eso, darle la posibilidad de recuperar a su novia.
Lo que distingue esta cinta de otras propuestas del mismo estudio, es que va dirigida a un público adulto. No lo señalo como defecto, porque la desfachatez e irreverencia eran imperativas para la trama, cuanto y más si encajan en un genial Ryan Reynolds (Wilson) quien se ve cómodo en su rol y la sostiene sin amilanarse. Un gran acierto para él y para la producción. Sin embargo, esa misma audacia creativa que hace divertido el filme también limita su alcance, y no me sorprendería que le metieran tijeras para bajarle un poco la categoría y lograr mejores resultados en taquilla; está bien, pero seguirá habiendo referencias que jóvenes adultos no captaran a la primera.
En la cuestión técnica, cumple con el estándar de calidad al que nos tienen acostumbrados, y no hay mucho que destacar. La historia es contada en orden no-lineal (guiño para los fans del comic) y los efectos visuales se conjugan muy bien con el desarrollo; un detalle sutil es la gesticulación en la máscara de Deadpool, porque debían conseguirla usando únicamente sus ojos, a riesgo de resultar exagerados, pero lo hicieron bien y salta a la vista. La banda sonora sí merece una mención aparte, pues no sólo contribuye a crear el ambiente adecuado para una buena golpiza; muy acorde al objetivo principal de la película que, sin lugar a dudas, es doblarnos de la risa.
En resumidas cuentas, Deadpool funciona muy bien. Eso debido a que el estudio se arriesgó a salir de su zona de confort e ir más allá; creyeron que lo ameritaba y, una vez más, acertaron. Reitero, no es para todas las edades, y a lo mejor tampoco para verse en pareja, pero es ideal para juntar a tu grupo de amigos e ir divertirse con las sandeces del entrañable “Merc with a mouth”.