La noche tenia olor a color negro; las playeras, los jeans, las uñas y las cabelleras largas, todo a manera de anticipación a lo que se auguraba como un concierto excepcional.
Meses antes el boleto ya estaba comprado para presenciar a Opeth el 22 de Marzo de 2012 en el Teatro de la Ciudad de Monterrey, la espera fue mucha y los minutos antes del inicio fueron lentos.
Poco después de las 8 PM se abren las puertas y se permite el acceso al teatro previa inspección de bolsos, mochilas y bolsillos (de donde desaparecieron cigarrillos y encendedores al ser reclamados por el personal de seguridad). La música de fondo para ambientar y calentar las bocinas fue Metallica, una elección estereotípica pero que, como música de elevador, funcionó muy bien, tan bien, que hubiese sido mejor elección y decisión por parte de los organizadores dejar la discografía de Metallica que la banda The Advent Equation. Esta banda tuvo el mismo resultado que multiplicar algo por menos uno: negativo. Era risible que una banda tuviera sentados a los presentes. Su presencia en el escenario era mínima y, como si fuera el niño nuevo de la escuela, se veían temerosos y desesperados por aceptación, para beneficio de la banda y de la audiencia su tiempo en el escenario fue breve.
Lo bueno es que la noche no era de ellos o para ellos, era de Opeth y para Opeth, quienes dieron una verdadera cátedra de que lo importante es la música y que no se necesitan 17 lanzallamas en el escenario (te estoy viendo Rammstein) para cautivar a la audiencia. No se requirió esfuerzo alguno para que tan pronto subió el telón se pusiera de pie el teatro entero para nunca volver a ocupar la butaca. Opeth nos regaló un viaje por los 20 años de su historia musical y aunque era el tour de su mas reciente álbum; Heritage, y se le brindó tributo a ese álbum, también se le brindó tributo, precisamente, a esa rica herencia que ha construido en estos años agraciandonos con canciones de casi todos sus discos.
Las bromas de Piñata González, entre canción y canción, le dieron una cierta intimidad al evento y su rostro, que expresaba un jubilo que bordaba en orgasmo, solo enfatizaba esa intimidad; Opeth tocaba para mi. El concierto duró una cantidad de tiempo razonable y la canción con que cerraron (Deliverance) fue el broche de oro ideal. Claro que quedaron muchas peticiones insatisfechas, pero no es culpa de la banda ni de la audiencia, es problema de tiempo. Y precisamente por todo esto los volvería a ver cuando regresen a la ciudad. Los augurios de meses y minutos antes al concierto fueron superados por la realidad de un concierto intimo y música de tonos y ritmos hipnóticos que nos transportaron a Opeth-landia.
Gustavo Ibarguengoytia