Una adaptación de una obra literaria siempre genera dudas: hay quienes esperan fidelidad y se enojan cuando no la encuentran y están, sobre todo, los que, después de ver la película, hubieran deseado guardar únicamente en su memoria las imágenes creadas por su consciencia en el momento de la lectura.
Memoria de mis putas tristes es bastante fiel a la obra de Márquez. No sólo por la historia, sino también por una especie de trasvase de elementos característicos de la obra del colombiano al filme. Así, el personaje del enano recuerda a eso que llaman “realismo mágico” y la atmósfera de algunas escenas capta la carga sensual contenida en múltiples pasajes de la obra del Gabo.
Para los que no conozcan la trama de la penúltima obra del Premio Nobel de Literatura de 1982, la película será quizás una buena aproximación. Sin embargo, tendrá también valor por sí misma aunque el acercamiento al texto que la inspiró no se produzca.
Y es que la historia, contada por Márquez con sencillez y precisión y trasladada a la gran pantalla por el director danés Henning Carlsen, quien se inició en la carrera de realizador a mediados del siglo XX, conmueve por su vitalismo, naturalidad, atrevimiento y valentía.
El protagonista, libre de prejuicios, decide vivir sus 90 años dejando a un lado la moral, las convenciones sociales y haciendo un llamamiento al derecho de ser joven hasta que a uno se le antoje, porque, como bien señalará, la edad no es la que uno tiene, sino la que uno siente.
Polémica y hasta censurada en Irán, el gran punto fuerte de este traslado de la literatura al cine es, sin duda, el del magnífico elenco de actores: Emilio Echevarría, Geraldine Chaplin, Ángela Molina y Paola Medina.
Los tres primeros tienen un punto en común: la edad. Y los tres logran emocionar al público por la forma en que expresan sus sentimientos, su vitalidad extrema. Se les ve el alma, como describe Márquez la forma en la que habla Casilda Armenia a “El Sabio” cuando se encuentra con él y por los dos han pasado una buena cantidad de años.
En la película, como en el libro, se asiste a la glorificación de la vejez, de la vida, y, sobre todo, del amor. Por eso, ambas obras, como las columnas dominicales que escribía el Maestro –otro de los apodos del protagonista-, y también citando a Márquez, no eran sólo para viejos sino para jóvenes que no tuvieran miedo de envejecer.
Y el director danés supo captar muy bien la luz del personaje nonagenario y realizar algunos cambios con respecto al original que aumentan más si caben la energía y la locura de éste, terriblemente contagiosa por su belleza.
Una historia de amor que se traslada de Colombia –el lugar dónde la sitúa Márquez- a Campeche pero que podría suceder en cualquier lugar por inusual que parezca. Es lo real maravilloso en la piel de una joven asustada y enigmática; en las arrugas de la fiel guardiana de una casa de putas; en la demencia de un hombre que se enamora, por primera vez, a sus noventa años; y, por último, en la pasión de una ex prostituta que le suplica a su ex cliente y también su gran amor que no se pierda el placer de “tirar” con amor. Y todo ello, con toques de humor que le ayudan a uno a soltar una carcajada liberadora para olvidarse de que, al final, como dice el Sabio en el libro, “la única [edad] definitiva es la muerte”.
Sandra de Miguel