Cine

Melancolía, de Lars Von Trier

 

Del latín melancholĭa, y éste del griego μελαγχολία, bilis negra.

1. f. Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.

2. f. Med. Monomanía en que dominan las afecciones morales tristes.

3. f. ant. Bilis negra o atrabilis.

(RAE)

 

Dos años después del estreno de Anticristo, el polémico director de cine danés apostó por seguir indagando en los estados depresivos, algo que conoce bastante bien.

En entrevistas realizadas tras la realización de ese filme, Lars von Trier explicó que el desarrollo del mismo tuvo lugar después de que él lograse más o menos salir de un periodo depresivo.

Ya antes, después de Manderlay, había padecido otra etapa de tormentos similares.

Pero Anticristo no debió de exorcizarle del todo. Por eso la película de Melancolía, aunque con una trama que no tiene nada que ver con su predecesora, tiene mucho que ver con Anticristo, viene de ella.

Si en el primero explora la tristeza absoluta, imbricada con la locura, aquí nos muestra lo que podría ser un siguiente estado: la asunción, la resignación, la tristeza más sosegada… la melancolía.

Una imagen del prólogo lo explica a la perfección: la protagonista, Justine (interpretada por  Kirsten Dunst), atraviesa un bosque vestida de novia arrastrando en sus pies gruesos hilos de lana gris.

Una metáfora muy acertada para describir un estado anímico que se enraíza profundamente en el interior de uno mismo.

Y es que si ya el prólogo de Anticristo fue para muchos lo mejor de su filmografía, el de Melancolía no se queda atrás.

Suele decirse que este debe contener de alguna forma la esencia de la película, anunciarlo todo sin ser explícito. Y en ese sentido, el de Melancolía es también ejemplar.

Las claves para descifrarlo vendrán de la mano de las dos hermanas, Justine y Claire (interpretada por Charlotte Gainsbourg), y del planeta que va a chocar contra la Tierra, Melancolía.

Kirsten Dunst encarna a un personaje que se configura como el vivo rostro del estado anímico que da nombre a la película.

Por otro lado, la imagen del prólogo en la que salen rayos de las manos de Justine que llegan hasta el cielo explica la conexión de ésta con la naturaleza.

Y es que Justine sabe, conoce, siente y padece la melancolía y pre-siente la llegada del planeta, que actúa como metáfora de la llegada de ese sentimiento, de lo que se acerca. Ambos están conectados y se pre-sienten el uno al otro.

La  naturaleza aquí, como en Anticristo, juega un papel fundamental. Es una entidad con autonomía propia, que asusta, que tiene sus propias reglas y dentro de la que los sabios son los que la escuchan y los que la leen.

Charlotte Gainsbourg en Anticristo y Kirsten Dunst en Melancolía no la temen, no la evitan; se entregan a ella, literalmente.

Los planos de Gainsbourg masturbándose junto a las raíces inmensas de un árbol en Anticristo o el hermosísimo plano de Dunst, desnuda, junto al río, bajo una inmensa luna llena… son dos muestras de esa entrega sin tapujos a las fuerzas de lo irracional, de lo incontrolable.

Definitivamente, sus dos últimas películas no pueden explicarse sin el influjo de la naturaleza. Es un elemento central y el espectador no puede evitar sentir un temor olvidado, el pavor por algo fuerte, ancestral, que ahora creemos poder controlar pero que en realidad está irremediablemente unido a nosotros, como la luna y las mareas.

Pero la película es también la historia de dos actitudes ante la muerte, ante el fin del mundo, que terminan por ser un reflejo de las actitudes de esos mismos personajes ante la vida.

Por un lado, está la de Claire, que quiere intentar hacer como si nada, una especie de última cena en la que olvidar todo lo malo y terminar “bien”. Por otro lado, está  la de Justine, que no quiere hipocresías, que no puede hacer como si nada, que ha terminado por resignarse y lo acepta con valentía, entregándose a un fin que comprende a la perfección porque está fusionada con las fuerzas que lo provocan.

Sin embargo, resulta conmovedor como al final, por su sobrino, el que la llama la tía “rompeacero”, se decida a construir una casa de madera para hacer creer al niño que si se resguardan bajo esos palos, estarán a salvo.

También las actitudes se observan durante toda la primera parte, en la celebración de la boda. Aquí se muestra la dureza del director, pero también su ruptura radical con la hipocresía del evento.

Algo similar hizo en Los idiotas cuando durante una cena lujosa y familiar un hijo acusa a su padre de haber abusado sexualmente de él y de su hermana cuando eran pequeños.

Declaraciones cortantes que con frecuencia sólo suceden en nuestros mejores sueños ya que por lo general nadie se atreve a romper de esa forma el “desarrollo natural” de esos acontecimientos-trámite.

En Melancolía, será la madre de Justine la que pronuncie las palabras violentas. Sólo una madre salida de la mente de este director se comportaría de esa forma y le diría a su hija que no cree en el matrimonio (mientras lo está celebrando) y que lo celebre mientras dure (el amor). O despacharía a su hija de esa forma cuando ésta trata de explicarle el miedo irracional que siente.

El caso de la hermana también es una buena muestra de cómo el miedo nos hace agarrarnos a los actos más absurdos, a las costumbres más superfluas. Aun así, también pronunciará su frase magistral.

Gainsbourg interpreta un papel diametralmente opuesto al que juega en Anticristo pero no por ello tiene menos mérito. Representa a la mayoría del común de los mortales. Tiene miedo y se refugia en la “ciencia”, se refugia en organizar la mejor boda, en confiar en su marido (marido que juega las mismas cartas estúpidas que el marido de Anticristo).

Es ese tipo de personas que tratan de sacarle a uno del abismo, que haría cualquier cosa porque las personas a las que quiere no se hundan –en este caso, su hermana- pero que, sin embargo, se niega a saber, a aceptar la actitud de Justine, que, aunque parezca débil, es más fuerte que ningún otro de los personajes.

La melancolía presenta aquí todas sus fases –como el planeta del mismo nombre-. El pre-sentimiento, sus punzadas y, después, su marcha y posterior destrucción de todo.

La melancolía es para Justine una forma de conocimiento del mundo. Sabe cosas, dice. Por eso aquí la melancolía va mucho allá del sentimiento de tristeza. Es mucho más compleja. Y Von Trier la explora hasta el fondo, como siempre hace, aunque nos abofetee a todos.

Sandra de Miguel

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