En 1984, dos años después de debutar con el cortometraje de Vincent, Tim Burton decidió parodiar la historia de Frankenstein en un mediometraje dirigido a niños.
La idea le salió cara: el ahora mitificado director fue despedido por Disney al terminar la película ya que el estudio alegó que Burton había malgastado el dinero y que además el resultado era demasiado terrorífico para un público infantil. De nada le sirvió la nominación que el corto obtuvo en los Premios Saturn.
El cortometraje llevaba el mismo nombre que la película recién estrenada, Frankenweenie, y, a diferencia de ésta, que se rodó con la técnica del stop motion, era un proyecto live-action o en imágenes reales. Aunque ambas, eso sí, están filmadas en blanco y negro.
El corto puede visualizarse en Youtube y lo cierto es que de terrorífico tiene bastante poco:
Y es quizás para resarcirse de aquel suceso, que Burton decidió ahora –que puede permitirse casi cualquier cosa- retomar la historia y realizar un remake animado dotándolo de un mayor tono de comedia.
Apta para todos los públicos, el protagonista de esta nueva versión (y también del corto), Víctor Frankenstein, es un personaje típico de Burton que evoca explícitamente al creador del monstruo de la novela de Franskenstein –incluso el nombre es el mismo- pero también al creador de uno de sus grandes personajes: Edward Scissorhands.
Así, el niño solitario, ingenioso y creativo de Frankenweenie revive el mito del creador, de jugar a ser Dios, pero en una historia más liviana en la que la comunidad de vecinos recapacita a tiempo y no condena al monstruo –en este caso el perro de Víctor, Sparky- ni a su dueño y resucitador a quedarse encerrados en un castillo por el resto de sus vidas.
En las imágenes y en los personajes se reconoce enseguida la huella de Burton a diferencia de lo que sucede en el cortometraje, cuando la carrera del director californiano apenas comenzaba a andar.
Pero también en la historia se advierte su sello, no sólo por la creación de un “monstruo” que recuerda al hombre de las manos con tijeras, sino también por el barrio y los vecinos curiosos y prejuiciosos que fácilmente se unen en la histeria colectiva para transformarse en jueces y perseguidores sin atender a razones.
Sin embargo, tanto en la película como en el cortometraje al final hay espacio para la comprensión de lo que está sucediendo -aunque quede fuera de las leyes de la naturaleza y de la lógica- y no se impone la condena injusta porque aquellos que desconfían de los engendros comprueban con sus propios ojos su bondad y deciden salvarlo.
La metáfora es la misma que en Edward Scissorhands o que en Frankenstein, pero liberada de la tragedia: no hay que prejuzgar por las apariencias, desconfiar de los tornillos ni subestimar los poderes de la ciencia… o de la electricidad.
Pero, sobre todo, no hay que infravalorar los alcances de la creatividad de un niño cuando algo le motiva.
Sandra de Miguel Sanz